jueves, 29 de noviembre de 2012

-Dime, madre, ya que tú
tienes el corazón sabio,
¿por qué si yo nada espero
me siento desesperado?
¿Por qué todo en esta casa
me parece hostil y extraño?
Ese escudo, esa bandera…
esa espada… y aquel cuadro
me parecen cuatro puños
que me estuvieran retando.

      La madre se sentó triste
sobre el sofá desolado,
bañó al hijo en una honda
mirada de desencanto
y haciendo almohada de su alma
se la dio para descanso,
a la vez que le decía,
quizá si por consolarlo:
-Todo aquí en su sitio sigue;
Nada, nada está cambiado.
¿No eres, acaso, tú el mismo?
¿No soy yo la misma, acaso?
-Sí, sí, pero yo me siento
Aquí ya como un extraño.
Y en la calle, ¡ah! En la calle
La gente que encuentro al paso
se aparta de mí y me mira
con ojos atravesados.
-¡Bah! Serán los que te envidian
al verte arrogante y guapo.
-No, madre. Hay mejores mozos.
No te ciegue el amor tanto.
No, no es la envidia la que
Les hace huir mi contacto.
Voy al club o a la cantina
y al querer brindar un trago
todos a salirse empiezan,
dejándome abandonado.
Si voy a una fiesta, lleno
de alegría y entusiasmo,
todas las chicas se callan
tan luego como les hablo.
Quiero bailar con alguna
y me rehúsa su brazo,
y hasta a mis viejos amigos
los noto monosilábicos.

      Dime, pues, madre, tú que
tienes el corazón sabio:
¿por qué si aquí huelo a hijo,
afuera huelo a apestado?

       Meditó un rato la madre,
fijó la mirada en alto,
como si cazar quisiera
de un bosque ideal un pájaro,
y tornó a decir: - ¿no habrás
a alguna mujer burlado?
Hay seducciones que ofenden
y alcanza a todos su agravio.
-No, madre, ojalá eso fuera
la causa de mi quebranto.
Qué fácil sería entonces
ponerle remedio al daño.
Ni esto siquiera me queda.
Todo me lo están quitando,
todo, hasta el poder de hacer
por amor derramar llanto.
Ni esto, ni esto, madre mía,
pues hasta la mujer que amo
hoy me da, cuando la beso,
como limosna sus labios.

      Volvió a sofocar la madre
lo que la estaba ahogando
y, fingiendo enojo, dijo:
-¿No te habrá alguien calumniado?
Cuando se quiere manchar
un honor se inventa tanto…
-Pero ¿qué decir podrían?
¿Qué he robado? ¿Qué he matado?
¿Te sientes tú capaz, madre,
De pensar de mi tan bajo?
-No he pensado eso, hijo mío,
sino si alguien lo ha pensado.
Las madres no ensucian nunca
lo que en su seno llevaron.
-Pues si no es por eso, madre,
¿por qué esa esquivez y ese asco,
Y ese mirarme la gente
con ojos atravesados?
-¿Por qué?... -¿por qué? –repitió,
con acento triste y vago,
la madre -¿No lo imaginas?
Pues yo ya lo he imaginado.
Y fue cuando recibí
en mi alma como un flechazo,
que aún me está haciendo brotar,
¿no ves? de mis ojos llanto.
-¿Llanto, llanto? ¿Por mi culpa?
¿Habré hecho algo ruin o malo?
Dímelo pronto.

      -No, temo,
al decirlo, hacerte daño.
-¡No importa! ¿Para qué soy
quién soy, sino para soportarlo?
-Pues si oírlo quieres, óyelo.
Es por eso que has dejado
de ser… Porque hoy eres, hijo,
tacneño, ¡mas no peruano!
-¿Y sólo por eso, madre?
¿Cambiar de Patria es acaso
un baldón? ¿No es un derecho
que todos pueden usarlo?
-Todos, pero aquí quien nace
nace, por fuerza, peruano,
y por serlo, ese derecho
jamás puede ejercitarlo
sin herir a los que deja
detrás del encadenados.
Si esto en la guerra se llama
Pasarse a enemigo campo,
Aquí a quien lo hace,  hijo mío,
le dan un nombre de escarnio,
un nombre que, como madre,
jamás podré pronunciarlo.
¿Te olvidaste de que en Tacna
todo está siempre guerreando?
Déjame, déjame que hable
aunque te cauce desgarros.
Desnuda tu corazón
y pónlo sobre tu mano.
Has hecho un cambio de Patria
por más que quieras negarlo,
porque la que ya tenías
te la di yo en mi regazo,
y al cambiarla renegaste
de nuestro pasado incaico,
que en la historia no es vergüenza,
sino orgullo americano;
del Perú de la colonia,
que ennobleció Garcilaso;
del Perú de Pumacahua;
del Perú republicano;
de sus héroes, de sus mártires
que con su sangre regaron
este suelo, que es el tuyo
y el de tus antepasados,
y también… y también mío,
y de tu padre y hermanos.
¡Bello presente le has hecho,
hijo mío, al araucano!
Desde hoy serás uno más
de los del grupo nefando…
-¡Calla, calla, madre, calla!
¡Que no me hieran tus labios!
No quieras que al fin acabe
por tener de mí mismo asco.
No lo hice por mí; lo hice
por poner tu honor a salvo
y, a la vez que el honor tuyo,
la vida de mis hermanos.
-¡Ah! Quisiste ser mi escudo
y sólo has sido, ¡oh espanto!
Eso que me torturaba
sólo con imaginarlo,
eso que hace que te miren
niños, jóvenes y ancianos
todos, todos, como has dicho,
con ojos atravesados.

      -¡Y qué ojos, madre! Unos ojos
que estando aún a tu lado
me persiguen cual si fueran
perros desencadenados.
Y entre esos ojos, ¡Dios mío!
Están los que quise tanto,
los que ayer no más me vieron
tiernos y por mí lloraron.
¡Qué frío hay en torno mío!
¡Qué sólo me voy quedando!
Paréceme que en la frente
llevara un signo marcado.
Madre, que nadie me mire;
ocúltame en tu regazo.
Desde hoy no tendré ya Patria;
la que tuve se ha acabado,
¡La he matado!... ¡No me queda nada!
      Te quedan mis brazos
y un medio para librarte
del dolor y del escarnio…
-¿Cuál, madre? Dímelo, dímelo
para no sufrir ya tanto.
-Hacerte matar mañana
como tacneño y peruano.
Tacna, junio de 1941.
(Enrique López Albújar)

Fuente: de un libro inédito nuestro

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